Duelen nuestros sueños hechos pedazos pequeñitos por las decisiones de otros.
Duele creernos solos.
Duele recordar un cariño ahora ausente.
Duele mirar el espacio vacío en nuestras manos y recordar que ese espacio lo llenaba la calidez de otras.
Duele que solo sea un recuerdo.
Duele no poder vislumbrar más tu figura entre la sombra y la luz de una vela encendida.
Pero soltar no duele.
Al contrario, sana y reconforta.
Cuando lo haces el alma misma lo agradece y la libertad te abraza.
Fluir con los altibajos de la vida es una constante lección y cuando aprendes a soltar te das cuenta que mantenerte aferrado, era en realidad lo que más te había lastimado antes.
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